Frutos de Camino Neocatecumenal (V)

Mi nombre es Roy T. Quintanilla, y quiero dar testimonio de que apoyo e insto a la aprobación de la Ley No.326-33.

Como víctima de abuso sexual infantil, fui abusado sexualmente cuando tenía 12 años de edad y era monaguillo, por un sacerdote respetado por toda la comunidad. Él fue mi párroco, el Padre Tony Apurón. El padre Apurón había planeado atraerme a su casa para asaltarme sexualmente. Fue a casa de mis padres y les pidió permiso para que durmiese en la casa parroquial, con la excusa de que necesitaba mi ayuda en la iglesia por la mañana temprano. Mis padres dieron su consentimiento creyendo que estaría a salvo; pero en cambio, cuando el presbítero y yo estábamos solos en su casa, insistió en que durmiese con él en su cama, y entonces abusó de mí. Me sorprendió, asustado, dolorido, solo y confundido, sin nadie a quien recurrir; no sabía qué hacer. No lo conté a mis padres, hermanos o amigos, por miedo a que nadie me creyese, y si decía algo, me criticarían, castigarían y avergonzarían por acusar a nuestro presbítero, nuestro párroco, del abuso sexual. Ese pensamiento me aterró tanto como para no decir nada, así que intenté sobrellevarlo solo. Pensé en el suicidio muchas veces debido a que el estrés era un enorme peso sobre mí. Lo sentía por mí mismo, perdí mi fe y la confianza en la persona que todos pensábamos que era incapaz de hacer acto tan atroz a nadie, y mucho menos a un niño. Se lo conté a otro presbítero de la misma casa, meses después, pero no hizo nada, así que permanecí en silencio pensando que yo era la única víctima. Llevé la culpa y la vergüenza conmigo durante 40 años, hasta que di un paso adelante recientemente. 

 

No fue hasta hace poco que descubrí, por casualidad, que otros monaguillos, amigos míos con los que me crie, compartían historias de nuestro pasado que incluía el ser abusado sexualmente por el mismo sacerdote. Fue entonces cuando decidimos arriesgarnos y hacer frente a la persona que abusó de nosotros, y acordamos aceptar las consecuencias de hablar públicamente. Di un paso hacia adelante porque es lo que  debía hacer por mí mismo, por mis amigos, y sobre todo porque temía que pudiese haber otros que fueron abusados sexualmente por el padre Antonio. Incluso después de mi rueda de prensa el 17 de mayo, Apurón, ahora arzobispo, ha seguido mintiendo y ocultándose en la Iglesia, y ha afirmado que nuestro paso adelante es un intento de manchar su nombre y dividir la Iglesia y a los fieles, y nos llama mentirosos a las víctimas. Puedo asegurar que mi enfrentamiento es con la persona que me atacó y no con la Iglesia.

Desde el 17 de mayo de 2016, cuando presenté mi declaración en la Cancillería, ni el arzobispo Apurón, ni el Administrador Apostólico Mons. Hon Tai Fan o cualquier representante de la archidiócesis se ha acercado a mí para ayudar, apoyar, disculparse, o reconciliar. En cambio, me han llamado mentiroso. El arzobispo se esconde detrás de la Iglesia, y dice que yo estoy tratando de manchar a la Iglesia con mentiras. Nunca se ha retractado de sus declaraciones. Esto evidencia que el arzobispo Apurón no tiene ningún remordimiento por lo que nos hizo. Y la forma en que se esconde detrás de la Iglesia y como si yo estuviese tratando de dividir a la Iglesia cuando sólo quiero enfrentar a la persona que cometió un acto tan lamentable conmigo.

Nadie, especialmente un niño, debería tener que pasar por víctims de abusos sexuales o tener miedo a presentarse y contárselo a alguien por miedo a que nadie le crea. El abuso sexual es una experiencia traumática y aterradora para cualquier adulto, y mucho más para un niño, y cuando un agresor amenaza a un niño que si él o ella se lo cuenta a alguien es en sí mismo malvado y vicioso.

Toda víctima de abuso sexual sabe que la experiencia cambia su vida a peor. Para muchas víctimas, también para mí, pensar en el suicidio es usual y son numerosas las víctimas que llegan hasta el final. El abuso sexual priva a la sociedad, familias, amigos, comunidades, de sus seres queridos.

Derogar la prescripción por tiempo sobre el abuso sexual infantil, fomentará y permitirá a las víctimas presentarse con la esperanza de encontrar justicia por un crimen que les ha causado un tremendo dolor y sufrimiento. También sirve como elemento de disuasión a los depredadores potenciales mediante un mensaje serio de que nuestro pueblo se toma el abuso sexual infantil muy en serio y que los castigos severos son la consecuencia para todos los depredadores sexuales.

A ningún niño se le debe negar la oportunidad de buscar justicia por un crimen atroz. Salir del anonimato no es fácil y sólo las víctimas saben cuándo es el momento adecuado. ¿Es justo que no se me conceda justicia por lo que me sucedió siendo niño? ¿Es justo que para un pedófilo sea gratis haber abusado de niños debido a la prescripción del delito?