Comunidad por encima de la persona

 

Uno de los rasgos que el CNC comparte con cualquier grupo coercitivo, no por casualidad, es que, según sus gurús, no existe una sola razón aceptable para que alguien abandone el Camino.

¿Acaso puede haber algún motivo válido para dar la espalda a Dios? Pues eso mismo.

En consecuencia, cualquiera que deje la comunidad comete un grave error, ha sido engañado por el demonio, las malas compañía lo han extraviado, el afán por la riqueza le pierde, o la idolatría, o la debilidad de la carne… Jamás dicen que quien se ha ido ha hecho lo que tenía que hacer. Jamás.

Es más, puesto que se trata de desmotivar a otros para que no imiten tal actitud, por si no fuese suficiente declarar que el excatecúmeno ha equivocado la ruta y se ha convertido en un traidor (un Judas), se añade la matraca de que fuera del Camino solo les esperan el llanto y el rechinar de dientes, la destrucción de la propia vida (ya se sabe cómo acabó Judas) y también la de todos los seres queridos, porque equiparan dejar en Camino con renegar de Dios, por más que sea una mentira gordísima.

Y como en el Camino no valen vaguedades sino que hay que dar hechos concretos, no faltarán chismes y rumores que aseguren que la maldición se ha cumplido y que a Menganito todo le va mal desde que dejó la comunidad: que se ha aficionado demasiado al alcohol, que su matrimonio hace aguas, que se le desmandan los hijos, que tiene una depresión, que ha recaído en tal o cual vicio… Todo vale para que se entienda que por mala que sea la comunidad fuera se está todavía peor.

Más aún, el mensaje es que dejar el CNC es una traición a la voluntad divina que Dios hará pagar como se merece.

Por eso en las preces de la comunidad jamás se recuerda a los que han dejado el Camino. ¡Allá se las compongan los desertores! Únicamente se guarda recuerdo de quienes no se van del CNC en silencio, sino que osan criticar de forma pública la praxis vivida. Y son recordados porque su nombre y sus hechos concretos y circunstancias son arrastradas por el fango con profundo amor neocatecumenal.

Por ejemplo, personalidades expertas en la materia afirman que las pinturas kikianas que afean la catedral de la Almudena son un adefesio, la respuesta de una sensibilidad humilde y kikiana es replicar que quien así dictamina sobre la técnica de sus mamarrachos está engañado por el demonio. Cero autocrítica, cero respeto a la profesionalidad de los expertos y una avalancha de falacias ad hominem contra el que disienta del guion marcado por el gran gurú.

Si alguien se atreve a contar su experiencia de forma pública, en seguida surgen los chismes sobre su inestabilidad mental, su idolatría por el dinero, su tendencia sexual… O que es un ignorante negro de Nigeria. Lo que nunca hacen es entrar en el fondo de la crítica. No pueden negar los hechos concretos denunciados, así que optan por hundir la dignidad, la respetabilidad y la credibilidad de quien los difunde. Son así de amorosos. Y con soberbio cinismo pretenden ser ellos “perseguidos como lo fue Cristo”. Es más, pretenden que ellos son enviados de Dios para esta generación y es claro que en caso de desacuerdo, el errado no puede ser el “ángel de Dios”.

Y todo esto no es sino una estrategia más de la bestia, pues merced a la verdadera persecución que el Camino lleva a cabo de forma despiadada contra cualquier voz crítica son muy pocos los exmiembros que dan la cara.

La pretensión de ser la voz de Dios para esta generación no solo coloca de forma automática a toda voz crítica en el papel de anticristo, sino que tiene otras dos vertientes. En primer lugar, la Santa Iglesia Jerárquica queda desautorizada en todo cuanto no se ajuste a las veleidades de los gurús kikos, queda relegada a ser la Iglesia de los religiosos naturales y beatos de misa de 12, meapilas clericalistas que no se enteran de nada.

En segundo lugar, se creen con derecho y autoridad para montarse su propia teología, su liturgikika y su doctrina. Y nadie se atreve a objetar si al gurú se le antoja llamar Eucaristía a la Misa, declarar que es un banquete alrededor de una mesa y que el aspecto sacrificial resaltado por el altar está desfasado y caduco.

Es que el gran gurú del Camino desconoce la diferencia entre humildad y humillación, y es devoto de aplicar la segunda a todos con la insana pretensión de conducirlos así a la primera. Es decir, la humillación del otro, que es Cristo, es parte consustancial del modus operandi o praxis del CNC.

Otra piedra angular del CNC, quizá derivada de su ansia de humillar a los demás, es que de modo rutinario se ridiculizan los otros caminos, movimientos y asociaciones católicos como insípidos, convencionales y solo aptos para religiosos acomodados a una rutina en la que “no se gesta el hombre nuevo” porque solo buscan congraciarse con un dios arisco a base de moralismos.

Si bien la descalificación de cuantos no están en el CNC se acompaña también de la advertencia de que no es que los otros sean malos, al contrario, es que Dios no los ha elegido a ellos porque sabido es que Dios solo elige a los últimos y los peores de cada época. En consecuencia, se insta a los catecúmenos a tener una mala opinión de sí mismos (“somos los últimos y los peores”) a la misma vez que se les inculca la pretensión de que como grupo son el no va más posible entre los elegidos de Dios (“un catecumenado serio que te cambia la vida”). En otras palabras: por uno mismo ninguno vale nada, dentro del CNC se creen la manita derecha de dios.

Y así se reafirma la supremacía del grupo sobre el individuo.