Y Carmen descubrió a Jacob (I)

 

Retomo el tostón de inicio de curso 1998-1999 -que fue cuando Kiko decidió que el Camino estaba llamado a cambiar las parroquias por patios de vecinos en los que todos se conocen y todos chismean de todos-, porque en él hay una serie de hojas dedicadas a… bueno, a que Carmen divague. No lo puedo expresar mejor.

El tostón tuvo lugar en otoño y sucede que durante el verano precedente Carmen se había leído un libro escrito por un autor cristiano que, al principio, como no podía ser de otro modo, le pareció un rollazo, hasta que llegó a un capítulo dedicado a Jacob. Entonces, maravilla de las maravillas, Carmen se engancha a la lectura hasta concluir que ningún autor hebreo conoce ni ha sabido explicar la figura de Jacob tan bien como este cristiano desconocido.

Tan entusiasmada queda que decide que todo el mundo ha de escuchar lo mismo que ella ha leído -así que su intervención tendría que haberse limitado a leer un rato-, pero como la mente de Carmen es incapaz de centrarse, ya veréis la que lía hasta llegar a donde reconoce que ella lo único que quería era compartir la historia de Jacob que acaba de descubrir.

 

Al salir de Roma nos dieron el mamotreto de lo que había sido la convivencia en Italia. Parecemos titiriteros; llegamos la una de la noche a Roma, me desperté muy pronto por la mañana pensando en la convivencia, en las cosas que tenía que preparar y tal, luego por la tarde otra vez al avión para Madrid y anoche yo estaba muerta. Y esto, en lugar de ayudarme, me mete en crisis, porque yo no estoy hecha para el espectáculo; a Kiko le preparó Dios con el teatro y desde pequeño hacía teatro. Le gusta tanto la televisión, yo la televisión no la soporto, solamente veo las noticias. Y no sé repetir, que es el arte de la pedagogía; solamente de pensar en repetir no me sale nada.

Bueno. El párrafo precedente explica la cara de funeral de Carmen: cada vez que le tocaba ir a un tostón, entraba en crisis. Pero ni se le ocurría plantearse que quizá Dios no la quería ahí.

Volviendo a lo que decía Kiko de mi abuela, que decía ella que la pierna le dio muy mal resultado; mi abuela tenía 96 años cuando lo decía. Para mí ha sido importantísimo lo de la pierna, cosa que no había pensado nunca, porque justo en el mes de julio, Kiko y Mario Pezzi se fueron las montañas de los Alpes, donde mi corazón no puede llegar (gracias a Dios, porque no me gusta nada, son tan grandes y tan fantásticas esas montañas que no sabe uno por dónde caminar. Kiko se va de pesca, sube y baja, y a mí me llevaban y me tenían todo el día metida en el coche porque no se podía ir a ningún lado).

Para no haber trabajado en la vida, se montan unas vacaciones estupendas a costa de otros y con coche de un lado a otro.

Ellos se fueron a la montaña y yo, con otros que tienen los huesos mal como yo, nos preparamos las vacaciones en un sitio bueno para los huesos, que es el mar Rojo.

Otra que se monta unas vacaciones que muchos no se pueden permitir.

Teníamos todo preparado para irnos el 12 de julio y pasar allí desde la Virgen del Carmen a la Virgen de la Asunción. Y justo cuando Kiko y Mario ya se habían ido, con la maleta y con todo preparado, era sábado y el avión directo hasta este sitio, que se llama Hurgada (donde Luis G. nos había asegurado que siempre corre la brisa de Elías, en pleno desierto) solamente funciona los domingos. Total que dije: voy a ir Misa el sábado a la parroquia que está cerca, porque por la mañana teníamos que salir pronto al aeropuerto.

Ojo: nada de ir a la comunidad, aunque esté más lejos. Carmen, que tiene bula kikil, iba a misa donde le daba la gana. Incluso si era una misa de religiosos naturales de la que vale como 20 porque no conoces al que tienes al lado y nadie te cuenta sus trapos sucios.

Salgo de la casa donde vivimos en Roma, camino unos diez metros, me llega el balón de unos chicos que estaban jugando allí, intento darle al balón y ¡le di! con la derecha, me caí con la izquierda y no me podía levantar. Empiezan a salir todos los niños que estaban por allí jugando, que eran todos niños de cuatro y cinco años, no podían conmigo, no me podía levantar.

En Roma no sé. En Madrid, puedo asegurar que no se deja solos en la calle a niños de cuatro y cinco años.

Al final me levanto, intento continuar andando a la parroquia y vi que era imposible, así que me volví a la casa, me siento en una silla y no me podía levantar.

Gracias Dios que Mario Pezzi -por un milagro divino- llama en aquel momento por teléfono.

Eso no es un milagro. Sobre todo porque también podía haber llamado ella a alguien en lugar de quedarse a esperar una intervención divina.

Le digo: oye, ¡mira lo que me pasa! Él llamó a una enfermera que vive cerca de donde vivimos nosotros, vino esta enfermera (que ha sido un ángel para mí), que tenía a su madre enferma y no se había ido a ninguna parte, porque ya todo el mundo había desaparecido de Roma.

Pues que suerte tienen los romanos. En España, con solo un mes de vacaciones, no se puede desaparecer tanto en julio como en agosto, por lo que siempre queda alguien.

Estuvo llamando a un médico del Camino, que había tenido que salir por un accidente que había tenido un chico también del Camino (que por cierto murió en el accidente), total que finalmente acabé en un hospital las 12 de la noche y salí enyesada hasta la rodilla porque me había roto el hueso que une el fémur con el talón, el astrágalo.

No voy a discutir que en el caso de Carmen el astrágalo le uniese el fémur con el talón, pero en el resto de seres humanos, el astrágalo está en el pie, y no sube por la pierna.

Tuve que llamar a Madrid, a mi hermana, diciendo lo que me pasaba, acabé en Roma sola, en pleno verano. Pero Dios me mandó dos ángeles que han sido Javier Sotil y Ezequiel (Ezequiel Pasotti, el que reconoce que hace tiempo que nadie quiere el árbol de los frutos kikos), que han trabajado muchísimo por el Camino haciendo todos los mamotretos, preparando los Estatutos, etc. gracias a esos dos ángeles sobreviví, porque no podía andar ni al servicio. Luego me trajeron una silla de ruedas que era fantástica, ya la manejaba de tal manera que entraba y salía sola, me encantaba la silla de ruedas. Y finalmente llega un bastón; viene uno de América que lo trae de parte de la Sra. Levinski para Kiko Arguello, para que Kiko camine por los Alpes. Todavía no ha visto él el bastón, pero era un bastón fantástico, gracias él he sobrevivido. Y he entendido lo que dice en la Escritura el Salmo 22: "tu vara y tu cayado me sostienen". Porque cuando la pierna no funciona el bastón es esencial. Tanto es así que le dije a Stanislaw: dígale al Papa que no sólo estoy en comunión con él de corazón., sino de pierna y de bastón.

Este Stanislaw que ha salido varias veces en varias entradas debe de ser el cardenal Rylko.