Mamotretos varios

viernes, 30 de septiembre de 2022

Y Carmen descubrió a Jacob (VIII)

 

«"Respondió: "Jacob". Solo después de esta confesión el personaje puede intervenir para cambiarle el nombre otorgándole el regalo de un nombre nuevo, una nueva identidad: "¡No te llamarás ya Jacob sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres y has vencido!". Tras la lucha Jacob es un hombre nuevo, no ya el hombre doble y simulador que pone la zancadilla a su hermano, sino Israel, el que ha sido fuerte con Dios y con los hombres y ha vencido. 

Entonces, después de su atrevimiento inútil de preguntarle el nombre a Dios, es bendecido por Él. Y finalmente, a plena luz del sol, alcanza el pleno discernimiento acerca de la identidad de su agresor: "Llamó a aquel lugar Penuel Porque dijo he visto a Dios cara a cara y tengo la vida salva".

Son estas las concisas y sobrias articulaciones del texto que permanece oscuro y de difícil interpretación; tan fascinante por su carga mística como tremendo en significados enigmáticos que se esconden en él. Si, en efecto, el agresor, como parece más plausible, fue Dios, ¿en qué sentido lo fue? y ¿por qué? ¿Por qué el Señor ataca Jacob?

Un midrash busca resolver la dificultad casando una explicación no demasiado lógica siendo la más verdadera: el Señor quería manifestar a Jacob la fuerza de la que era capaz. En efecto, si estaba en condiciones de vencer Dios, cuántas menos razones tenía para temer por su vida en el choque con su hermano, que era solo un hombre. En realidad la cosa es bastante más alta ¡E! combate con Dios fue muy real! y muy distinto a un mero ejercicio de fuerza para probar los músculos de Jacob.

EL SIGNIFICADO DE LA LUCHA. Aquella noche de lucha, Jacob aprendió cómo ir al encuentro de su hermano, porque osó desafiar a Dios contra sí mismo. Nadie antes que él había combatido contra su propio yo y contra Dios tan obstinadamente como para obtener el cambio de su propia identidad, la transfiguración de su propio ser.

Aquella noche comprendió que sus pecados eran sus enemigos más verdaderos a combatir y, contra más golpes daba y recibía, más agarrado al adversario se mantenía, más percibía la presencia divina en ese combate en que Dios se le revelaba como el Salvador, que lo golpeaba para perdonarlo. La lucha es seria peligrosa porque el enemigo lo es. Tenemos un enemigo invisible, acurrucado como una fiera a la puerta de nuestro corazón (Gn 4,7); mucho más engañoso al escondernos su existencia; estamos siempre inclinados justificarnos y encontrar mil racionalizaciones a nuestro obrar a pesar de que somos pecadores. La grandeza de Jacob ha sido el haberse atrevido afrontar al enemigo hasta desalojarlo de lo íntimo de la propia conciencia, mirándolo a la cara en su crudeza, sin temer las consecuencias dolorosas que esto comporta. Después, en efecto, no sería ya lo mismo; quedaría señalado para siempre en el cuerpo y en el alma, se tendría que presentar los hombres siempre cojeando. 

Ha vencido contra sí mismo cuando ha llegado a confesar la verdad de su ser pecador sin quedar ya atemorizado. Ha comprendido que ese agresor era Dios que, mientras le golpeaba, le revelaba la verdad dolorosa de su ser, embrollón y suplantador, y lo golpeaba en la pierna (la confesión del pecado es siempre dolorosa, deja señales en el cuerpo), le daba la identidad nueva de "Israel"'. Así podía continuar caminando al encuentro con su hermano con su destino, claudicando, pero transfigurado.

Este es el cruce geográfico existencial de Jacob en el vado del Yabboc, antes de entrar a la tierra prometida. Ha luchado, solo, contra las tinieblas de su miedo para llegar a ver a Dios cara a cara. Se había atrevido hasta a preguntarle el nombre (v.30), cuando ya se sabe que le es imposible al hombre conocer el nombre del Inefable; pero los que se atreven preguntarle el nombre les muestra de alguna manera su rostro, a menudo en forma de una lucha, como a Moisés. A Jacob se le ha concedido la visión del Invisible, quien no se puede ver sin morir, como a Moisés y a aquellos pocos íntimos que han tenido la audacia de desafiarlo en el martirio de sí mismos, en una lucha-oración incesante, para recibir dé él el perdón al despuntar la aurora.

Jacob ha vencido. Y vio, aunque había visto el rostro de Dios; pero de ahora en adelante su vida no será ya como antes. Ver a Dios le ha costado caro. Está vivo y vencedor al precio de su derrota. Ha experimentado la victoria de su atrevimiento. El cuerpo a cuerpo de esa lucha le ha dejado en el cuerpo la señal de un sufrimiento que quedará para las generaciones siguientes como el memorial del precio que Jacob ha tenido que pagar por ver Dios y llegar ser el hombre nuevo, capaz de entrar finalmente a la tierra para encontrar el rostro de su hermano. La victoria de Jacob-Israel es un acontecimiento pascual, ante litteram. Florece verdaderamente en la señal de aquella derrota. Ahora, perdonado y cojeando, cojeando porque ha sido perdonado, sabrá acercarse su hermano para acoger su perdón.

Cuando en la noche de la muerte de su pecado despunta la aurora de la salvación y el rostro de Jacob se transfigura con la luz de Dios, puede finalmente levantar sus ojos y mirar a la cara a Esaú. La lucha cuerpo a cuerpo con Dios se ve como un acoplamiento de amor, en que se ha aprendido amar al hermano. Cuando no se tiene ya miedo de sí mismo, porque no se tiene ya miedo de Dios -el Otro por excelencia, que me ha revelado mi pecado y lo ha perdonado-, entonces no se tiene ya miedo del hermano. Y así Jacob se acerca Esaú, precede a los otros y se postra delante de él siete veces (Gn 33,3). 

"Pero Esaú corrió a su encuentro, lo abrazó, se le echó al cuello, lo beso y lloró" (Gn 33,4). La tensión y la carga de contradicciones, que pesaban sobre la conciencia del patriarca, se deshacen ahora todas en este abrazo conmovido de los dos hermanos, antes enemigos, que llorando se ofrecen recíprocamente el perdón. Jacob se ha postrado delante de Esaú siete veces. Este gesto de postrarse con el rostro en tierra es generalmente un gesto de adoración y, como tal, estaría reservado Dios. Jacob lo amplifica hasta postrarse siete veces (el número que expresa la totalidad). Podría parecer una manifestación extrema de adulación y de pusilanimidad por su parte, mostrando todavía en él un miedo que lo empujaría a humillarse hasta el punto de perder su propia dignidad. No podemos postrarnos delante de un hombre como nos postramos delante de Dios, porque el hombre no es Dios. Quien idolatrase un hombre, o con vileza se arrodillase ante él, negaría Dios (cf. Dn 3, 12-18; 6, 11-17). Para nosotros, sin embargo, el sentido del gesto de Jacob aparece de otro modo: ahora ve realmente en su hermano el rostro de Dios.

"Si he hallado gracia a tus ojos, acepta mi regalo de mi mano, porque justamente por esto he venido ante tu rostro como se viene ante el rostro de Dios, y tú me has mostrado simpatía" (Gn 33,10). En Esaú se refleja el amor diferente con que Dios lo ama y, solo viéndolo y amándolo como Dios lo ve y lo ama, Jacob puede volver a encontrar el sentido de su propia identidad. No es, pues, desproporcionado el gesto de postrarse siete veces en tierra delante de mi hermano amado por el Señor: mientras lo amo efectivamente y lo acojo con inmensa gratitud él me revela el sentido más profundo de mi ser".

Recordemos la lectura completamente positiva que el libro de la Sabiduría (10,12) hace del caso de Jacob: "le concedió la victoria en una dura lucha para que aprendiese que la piedad es más poderosa que todo"».

 

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Y Carmen descubrió a Jacob (VII)

 

«Veinte años había vivido ilusionado Jacob con poder eludir la existencia de su hermano huyendo lejos; en realidad su hermano está inscrito en su ser, lo constituye como a él mismo, es él mismo. 

La fuga de mi hermano es ilusoria, porque aun admitiendo que pueda tenerlo físicamente lejano, corro el riesgo de estar aún más obsesionado por él, porque yo soy mi hermano y para huir de él tendría que huir de mí mismo. Antes o después llega el momento en que aquél que he intentado eludir me pesa sobre la conciencia corno una pesadilla nocturna que me ataca sin previo aviso, me aterroriza con oscuros presagios de visiones y fantasmas que me asaltan de noche. Jacob no puede huir para siempre de Esaú, al que permanece estructuralmente ligado, porque -como enseña la psicología- éste es el hermano gemelo; y aún más profundamente porque no puede huir para siempre de sí mismo. Antes o después tendrá que levantar su rostro para mirar cara cara la verdad de su ser.

Tal cita con la verdad de sí mismo está fijada en Penuel, en la lucha nocturna, cuando tiene que atravesar el mar de su desesperación, la mirada del miedo de su hermano. Noche de catarsis en la que morir a sí mismo para encontrarse y encontrar a su hermano, haciéndose capaz de mirarlo a la cara.

RECUPERACIÓN DE LA VISTA. En el contexto inmediato de nuestro fragmento el término "panim" (cara, rostro) aparece varias veces (cf. Gn 32,4.17.18.21.22.31; 33,10). Jacob, asustado por el pensamiento de tener que encontrarse con Esaú, inventa la estratagema de un desfile de regalos ofrecidos a su hermano para aplacar su rostro. La preocupación de hacerse capaz de mirar a la cara a su hermano surge de la insistencia con que esta palabra se repite sobre todo en los vv.21-22 del c.32, que preludian el episodio de Penuel (rostro de Dios). En el texto hebreo el término "panim" es repetido al menos cinco veces. Literalmente dice: "Aplacaré su rostro con el regalo que precede mi rostro, luego podré ver su rostro, tal vez me ponga buen rostro. Y así pasó el regalo delante de su rostro, mientras él pasó aquella noche en el campamento". La insistencia es demasiado marcada para ser casual. De hecho toda la tensión que pesa sobre el corazón de Jacob se deshará cuando, "levantando los ojos", vea a Esaú (Gn 33,1) y los hermanos se miren recíprocamente a los ojos (Gn 33,5) hasta pronunciar las palabras culminantes que Jacob será capaz de dirigirle: "Si he encontrado gracia a tus ojos acepta el regalo de mi mano, ya que he visto tu rostro como quien ve el rostro de Dios, y me has mostrado simpatía" (Gn 33,10).

Jacob encuentra su verdadera identidad en el momento en que sabe mirar el rostro de su hermano, reconociendo en él los rasgos del Dios que los ha creado a los dos muy estrechamente unidos para que juntos reflejen su imagen. Sin embargo, antes de llegar a esa percepción del hermano y de sí mismo, Jacob ha tenido que atravesar el vado de Yabboc y sostener, solo, una lucha dura, prolongándose toda la noche hasta despuntar la aurora, a cuyo término ha visto a Dios cara cara, "panim fel panim"; con todo su vida ha quedado a salvo (Gn 32,31).

«Jacob se quedó solo y un hombre luchó con él hasta despuntar la aurora. Viendo que no lograba vencerlo lo golpeó en la articulación del fémur y la articulación del fémur de Jacob se dislocó, mientras continuaba luchando con él. Aquél le dijo: Déjame ir, porque ha despuntado la aurora. Jacob le respondió: No te dejaré hasta que no me hayas bendecido. Le preguntó: ¿Cómo te llamas?»

Que es lo que nos va a preguntar hoy a todos en la celebración de la Reconciliación: ¿quién eres tú? ¿Cómo te llamas?

No. No es eso lo que sucede en una penitencial. Ni se pregunta el nombre ni se recibe un nombre nuevo, dicho sea de paso.

Por cierto, Jacob recibe un golpe en el fémur... no en el talón, ni tampoco se rompe el astrágalo, pero quizá el prodigioso astrágalo carmelitano capaz de unir el tobillo con el fémur responda a un intento de Carmen de asemejar su percance al de Jacob.

«Le dijo: No té llamarás ya Jacob, sino Israel porque has luchado con Dios y con los hombres y has vencido. Jacob entonces le dijo: ¡Dime tu nombre! Le respondió: ¿Por qué me preguntas el nombre? Y allí lo bendijo. Jacob llamó a aquel lugar Penuel porque dijo: He visto a Dios cara cara y sin embargo tengo mi vida salva. Salía el sol cuando Jacob pasó Penuel y cojeaba de la cadera, por eso, los israelitas hasta hoy no comen el nervio ciático que está sobre la articulación del fémur, porque Aquél había golpeado la articulación del fémur de Jacob en el nervio ciático.

Ha sido definido como uno de los episodios más incomprensibles de las Escrituras. El aspecto más misterioso está constituido por la identidad del personaje agresor: ¿es un hombre? ("ish": v.25; luego designado con el simple pronombre "él"). ¿Es Dios? (v. 31) ¿O bien el uno o el otro? (vv 29-30). El texto no consiente una definición precisa, quizá porque la conciencia de Jacob mientras lucha con la mente ocupada en Esaú está aún confusa y ambigua, y solo gradualmente sabrá actuar con pleno discernimiento de la verdad: He visto a Dios cara cara. En el transcurso del episodio se aclara la identidad divina del agresor, sin que ésta haga desaparecer del todo su referencia esencialmente humana».

Ya a Adán lo deja Dios dormir y sale una mujer, carne de su carne. 

¿Qué tiene que ver? Jacob no duerme, su lucha no es una pesadilla y su cojera, tampoco.

Eso, estudiado en hebreo es también importantísimo porque el hombre y la mujer no son dos Adanes o dos seres iguales. Al contrario, los ha creado bis a bis, o sea cara a cara, uno frente al otro, solo entonces son imagen de Dios. Hasta las palabras hebreas unidas forman la palabra Yahvé.

¿Qué palabras? Porque hombre es ish y mujer es ishshah.

EL OTRO que es el que nos pelea, el que nos mata, el que anula todo, el que nos suplanta, el que nos zancadillea (cada uno tenemos nuestro Jacob y lo somos para otros porque zancadilleamos a los demás). En esta lucha descubre Jacob que el primer enemigo que tiene son sus propios pecados, que él es Jacob el usurpador.

¿Cuándo sucede tal descubrimiento, porque en la Escritura no se relata, pero lo cierto es que Jacob ha tenido 20 años para razonar que el causante de lo que le pasa es él mismo... Iba siendo hora de que lo asumiese.

Y reconocido y confesado su pecado…

Falso, se limita a reconocer que se llama Jacob, pero ¿acaso es pecado suyo que le llamasen con un nombre que significa “suplantador”?

…que le queda una señal que la van a ver todos -En la confesión de los pecados siempre queda algo en el cuerpo, sales cojeando-, entonces Dios va a hacer una transfiguración en él, un cambio radical, se va a volver Israel, otro nombre que significa fuerte en Dios. Ya no está su fuerza en sus engaños, en sus mentirás, en sus cosas…

Incorrecto de nuevo. Recibe el nombre de Israel porque ya ha luchado y ha vencido, no empieza a ser fuerte con Dios a partir de recibir ese nombre, sino al revés, recibe el nombre porque ha sido fuerte con Dios.

«Pero ¿por qué este hombre/Dios ataca Jacob? ¿O es tal vez Jacob quien toma la iniciativa de la lucha? Él no quiere soltar la presa y se queda agarrado a ella, aun cuando el agresor, aparentemente más débil, golpea para librarse la articulación del fémur de Jacob, que se disloca. La lucha se prolonga toda la noche hasta despuntar la aurora, cuando el personaje misterioso le pide que lo deje con una aparente declaración de derrota. Jacob parece tener la percepción de tenérselas que ver con un personaje divino, porque antes de dejarlo pretende ser bendecido. Para recibir esta bendición ha combatido tenazmente hasta la luxación de la cadera. El "zancadilleador", que había arrebatado ilegítimamente la bendición paterna destinada su hermano (Gn 27), pide ahora ser bendecido, no con el fraude y el engaño, sino en la verdad, hasta tal punto que ahora es su pierna la que sufre las consecuencias. Le preguntó: "¿Cómo te llamas?". La iniciativa del personaje, al preguntarle el nombre, hace sobresalir ulteriormente su divinidad: parecía que Jacob era el más fuerte y, en cambio, sólo Dios puede preguntar el nombre, porque tiene el poder de hacer salir a la luz la verdad. Al preguntarle el nombre Dios le pregunta: "¿Quién eres?", obligándolo salir a terreno descubierto y a confesar su realidad profunda. Jacob ahora reconoce su verdad, no huye ya para esconderla, confiesa su realidad de suplantador y prevaricador de su hermano».