Ponencia de Jacques Poujol sobre grupos abusivos (II)

 

¿Qué valores abusivos se presentan en un grupo sectario? 

-Obediencia y sumisión como verdades primeras.

Son las dos virtudes que “demuestran” auténtica fe. Está prohibido, casi como si fuera blasfemia, cuestionar las decisiones de los responsables del grupo.

-Dominio, control de las emociones y sentimientos del fiel.

Se le pide pensar lo que piensa el grupo y sentir lo que los responsables dictan que se sienta. Por ejemplo si los cantos de una reunión hablan de alegría, no hay lugar para otro sentimiento, es prácticamente obligado alegrarse porque es el momento previsto para hacerlo.

-Devoción.

El virtuoso es el que se entrega a las cosas del grupo: el primero para montar la sala, para preparar la reunión, para recoger, para limpiar, para abrir su casa, para ir y venir… No tiene otra vida, siempre está disponible y aprueba cuanto dicen los responsables.

-Perdón “de saldo”.

El fiel es invitado a perdonar a quienes le ofenden, en especial a los responsables, sin que estos se arrepientan de la ofensa cometida.

-Biblia no “cristo-céntrica” sino “gueto-céntrica”.

No es Cristo el prisma por el que se interpreta las Escrituras. El grupo, con sus normas, es el núcleo de la Palabra como intermediario exclusivo entre Dios y el fiel. El captado no escucha el texto, sino al grupo que le indica cómo comprenderlo a su manera.

 

Escenarios de un sistema abusivo

De forma esquemática, los sistemas abusivos se articulan alrededor de “escenarios”.

Un “escenario” es un sistema de creencias que dan estructura al grupo y un modo de funcionamiento determinado. Es un “prêt a porter” colectivo, un proyecto global que da a cada uno su lugar, su función, una identidad. Por ejemplo, si un grupo se identifica a sí mismo como fraternidad familiar, en él uno tiene el papel de padre, otro de madre, otros de hijos… 

Un “escenario” tiene siempre una parte de verdad. En este ejemplo familiar, Dios lleva el nombre del Padre, nosotros somos hijos adoptivos en Cristo. Pero vivir toda la organización de un grupo según el esquema familiar es una interpretación excesiva de una metáfora teológica. Ahora bien, cuando el grupo funciona según el escenario, hay un problema mayor: la culpabilidad subyacente. En efecto, en el ejemplo de escenario “familiar”, ¿cuándo ocurre que cada miembro hace lo suficiente para ser una buena familia? En cuanto algo no funciona, los responsables explican que es porque los miembros del grupo no están lo bastante comprometidos con las ideas y exigencias del “escenario familiar”. Y sucede que cuanto más intentan los miembros acomodarse al escenario, más culpabilizados son y más se abre la puerta a los abusos.

Siempre les dirán que siguen sin convertirse, sin pasar al otro, incapaces a amar, que no han descendido lo suficiente para reconocerse los últimos y los peores de todos.

El escenario no es evolutivo y no es susceptible de readaptarse a sí mismo. Es fundamentalmente repetitivo, un círculo cerrado impermeable a toda crítica e incluso si los actores cambian, el escenario permanece… De ahí que jamás se alcance la meta.

En resumen, un escenario es un eslogan sobre el cual y alrededor del cual se organiza todo el grupo, donde lo importante no son las personas, sino el decorado. En el caso de un escenario de la familia, el eslogan podría ser “unidos en el amor alrededor del Padre”, con una fuerte ambigüedad entre el Padre celestial y el “padre” responsable del grupo.

Hay tres escenarios particularmente corrientes en los grupos abusivos. Los tres presentan la misma carencia: ponen el acento solo en lo que une. Ahora bien una identidad equilibrada necesita de dos polos para construirse: diferencia y parecido. La identidad es, en efecto, constituida de dos elementos que se conjugan hasta el infinito, en qué me parezco y en qué me diferencio.

En un grupo disfuncional, la diferencia (de gustos, opiniones, experiencias, dones…) es pisoteada, solo se valora el parecido. Se busca la unidad a todo coste, sin que haya lugar para la especificidad de cada cual. Reina la confusión entre la unidad del Espíritu, que es, y la unidad de la fe, que se construye. 

¿Cuáles son los tres escenarios?

“¡Esto es la guerra!”

El grupo se percibe como un ejército en marcha, en guerra permanente contra el mundo y sus valores. La comunidad se percibe como el reducto de los únicos en la verdad. Toda la vida de la comunidad (locales, discursos, cantos, rituales, signos…) se articula para provocar un estado de ánimo. La palabra clave es movilización permanente. Tanto la innovación como el tiempo libre están ausentes, no hay tiempo para ello. Es más, tampoco el trabajo ni la familia deben distraer a los captados de lo que de verdad importa: viven para que se cumplan las expectativas del responsable del grupo.

Todos los fieles son piezas, peones, y viven en función de objetivos de guerra. Por ejemplo, hay poco interés por la pena que alguien sufre a la muerte de un familiar, pero mucho interés por la manera como esa persona va a dar testimonio en el entierro.

Los problemas personales se ven como una debilidad, puesto que nada debe impedir la participación en el grupo y que lo primero de todo sean los objetivos del grupo. Los conflictos o las reivindicaciones son vividos como alta traición: la persona en el origen del conflicto se convierte en enemigo del grupo entero. Las nominaciones a los cargos se hacen según el principio de Peter: no es la competencia sino el lazo de fidelidad al responsable del grupo lo que crea una jerarquía que no se cuestiona a sí misma, colocando personas poco competentes.

La unidad se cimenta alrededor del proyecto, de las conquistas, de victorias obligatorias, lo que abre las puertas a manipulaciones de toda clase (dinero, estadísticas, pseudo-milagros...). Si las victorias no están a la altura de los discursos, se recurre a la culpabilidad para estimular a la tropa.

La corte de Versalles

Este escenario despliega el decorado del rey Luis XIV, el Rey Sol. Dos expresiones resumen el reino despótico y fastuoso de este soberano: “El Estado soy yo” y “un rey, una nación, una fe”. Lo más importante -casi lo único importante- es lo que hace y piensa el rey: el rey predica, el rey profetiza, el rey piensa, el rey decide.

Todo se articula alrededor de una transferencia “real” en los dos sentidos de la palabra. La organización calca la corte de Versalles con nobleza, relaciones feudales, vasallos y chusma. Los nobles son responsables sometidos al rey sol, los vasallos besan los pies de los responsables y se pliegan a sus deseos, la chusma son los indeseables que no aceptan la verdad o que no la conocen y necesitan ser convertidos.

El funcionamiento cortesano se reproduce en todas las actividades, en todos los niveles, hasta en la vida privada de los fieles. La información es destilada de manera condescendiente. La herencia es un factor importante: los hijos de los responsables tienen un estatus especial y no se los somete a las mismas vejaciones que a los simples vasallos.

El grupo tiene un sistema patriarcal, no hay democracia ninguna: el rey tiene poder por derecho divino, es imposible oponerse a él, porque hacerlo sería oponerse a Dios, a su Ungido. En consecuencia, los conflictos no están permitidos, sería un crimen de lesa majestad. En tal sistema, no se puede más que ser súbdito del rey y no de sí mismo. Todo es en función del rey.

Los antiguos combatientes

 En esta configuración, el pasado se valora más que el presente, en él está todo lo que hay que hacer: métodos de trabajo, de evangelización, hombres ilustres (la “Iglesia primitiva”, los padres del desierto), sus principios de vida. Se habla mucho de renovación en el sentido de retornar a los buenos viejos tiempos, a la edad de oro mítica, la de los grandes héroes de la fe semítica. Lo que fue es lo que debe ser.

En este escenario, los mitos (creencias erróneas enraizadas) son muy fuertes. Se dice que “en el pasado había fe verdadera mientras que ahora…” La gran pregunta: ¿Seremos dignos herederos? El sentimiento que domina es el de guardianes del templo, nutridos por una lectura negativa del mundo y de los cambios de la sociedad. Toda variación propuesta en el funcionamiento del grupo, en el escenario, se siente como un engaño del demonio. Los locales están hechos según esa imagen arcaica, también los cantos y las oraciones.

En cualquiera de estos tres escenarios, la comunidad se presenta como intermediario necesario entre Dios y yo. Mi relación con él pasa a la fuerza por el grupo.