Traditio symboli (LII)

A mucha gente Dios no le permite que predique: la pone en una oficina, la saca del ministerio, la pone a estudiar en la biblioteca o la lleva a hacer otras cosas, pero no quiere que predique el Evangelio.

Una evidencia más de que la libertad del ser humana no existe en Kikónides donde los pobrecillos están sometidos a un diosito tirano que no les permite ser ellos mismos.

Y se lo da a otros, les da a otros la posibilidad de predicar este ministerio, lo más grandioso: llevar la palabra de la salvación a la gente, lo más inmenso que existe. Y de hecho: cuando los itinerantes van sin nada, los obispos dicen: «Ah, ya me gustaría hacer como tú. Estoy aquí y me doy cuenta de que no sé lo que me sucede: debería ser el primogénito, la figura de Cristo, y en este momento me encuentro...».

Qué raro que se contente con que sean los obispos los que medio digan que ellos están que no están, se encuentran que no se encuentran y ni predican porque diosito no les deja. Qué raro que no diga que lo dice el mismo Papa.

Por esta atención a los tontos, a quienes son tontos, que desprecian este ministerio, esta participación que os da la Iglesia, que da Cristo a su obra. Cristo os da el participar en su obra profética, en su obra de salvación; y por el Bautismo nosotros participamos en la vida de Cristo y todos formamos su cuerpo, su cuerpo, su cuerpo que ha vencido la muerte, del cual nosotros participamos, de la victoria sobre la muerte. Y esta victoria sobre la muerte, que es lo único que anuncia la Iglesia, irradia, ilumina, es la luz: ¡la victoria de Cristo sobre la muerte! La muerte es la tiniebla, la resurrección es luz sobre la muerte.
Esta victoria sobre la muerte se siente, sus consecuencias, en el trabajo, en la familia: porque amar es morir.

Lo dijo el maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela. No, amar no es morir, amar puede ser entregar la propia vida a otro, la propia, que no es apropiarse de la vida de otros para que la den por ti y tú poder vivir a costa de ellos. Pero al menda le interesa generar confusión.

Antes el hombre no podía amar porque la muerte le impedía amar; amar al otro significa amar al otro más que a mí mismo, siempre. Está claro que esto es dificilísimo. ¡Amar al otro más que a mí! Querer su bien antes que el mío: esto es amar. Donarme a mí mismo, fundir mi yo en el tú.

Buscar el bien del otro antes que el propio requiere no exigir el diezmo incluso cuando el que lo da pasa necesidad, no andar a la caza de la herencia de los ancianitos para beneficio propio, renunciar al jet privado en favor de otros… En suma justo lo que no se hace en el camino que no lleva a ningún sitio bueno.

Tú eres importante, yo no soy importante; el tú, la T es una cruz. El yo es una línea, yo, yo, yo, yo soy importante. Este yo está roto por una cruz, el tú. Las palabras también son importantes: Yo, Tú. El yo está crucificado en el otro. Pero ¿cómo voy a crucificar mi yo por ti? ¿Eres más importante que yo? ¡Pero no puedo! ¡No es que sea malo, no es que sea egoísta, no puedo, no he vencido a la muerte! Pero Cristo ha vencido la muerte, resucitó de la muerte. Yo, Tú, Nosotros: aparece el nosotros, uno y otro unidos de arriba abajo, la N. Mira cómo las letras ya tienen todo un contenido teológico: soy una realidad única, se rompe este yo con la cruz y aparecen dos unidos, el Nosotros, aparece la comunión, aparece el amor. ¿Pero quién, quién hará de mi yo, de mi soledad, un nosotros, un nosotros? ¿Quién lo hará? ¡Cristo ha resucitado de la muerte! Entonces ¡podemos amarnos en una nueva dimensión, hermanos! Qué cosa tan estupenda: ¡Podemos amar!

Está claro que amar siempre es morir a mi yo.

Kiko es tan humilde que confunde su yo con el de los demás, por eso hace morir sus yos cuando los pone a pintar murales horrendos que luego firma él, cuando hace pasar por propios cantos que no son suyos, cuando hiere oídos inocentes, cuando pasa bolsas y bolsas para que no le falte para tabaco, mariscadas y jet privado…

Cristo nos amó tanto que su yo fue destruido por nuestros pecados. Pero por habernos amado de esta forma, Dios lo resucitó, lo ha ensalzado, el Padre lo ha ensalzado sobre todo y le dio el nombre que está por encima de todos. ¿Cuál es el nombre más alto que hay? ¡Dios! En el diccionario no hay un nombre más alto: Dios. Entonces este amor es Dios.

Interesante. Debe ser de esas veces que a Kiko se le escapa una idea inconsciente, de forma que en lugar de afirmar que la resurrección fue fruto de la obediencia, da el mérito al amor. Lo celebro.

No es un amor buenísimo, no es un amor altísimo, no es un amor perfecto; Es Dios mismo. Kyrios significa Dios, el Señor, la palabra Señor, Kyrios: esta forma de amor es Dios mismo. Dios te ama tanto, a ti, te ama tanto, nos ama de esta manera. Anunciar esto es vida. Pero no porque anuncies esto de tu boca viene la vida, sino que porque esto es cierto, se realiza, dado que es cierto, se realiza en el que escucha. Cristo colabora con sus anunciadores, colabora.

Esto es de primero de catequesis para niños -catequesis, la de verdad, no kikotesis adulterada-. Son los anunciadores los que colaboran con Cristo, no al revés, pero el narcisista aspira a que Dios se ponga a su servicio y sea su colaborador. ¡Y hay ciegos que se tragan lo que Kiko suelta por la boquita de piñón!

Va con ellos Cristo resucitado, porque está vivo, porque nos escucha, porque está aquí, Cristo ha vencido por nosotros... porque nuestra primera naturaleza no podría haber sido un nosotros total, un nosotros cósmico, porque era prisionera del egoísmo, del ego -ego en latín significa yo, yo- era prisionera del narcisismo, de mirarse a sí misma, de contemplarse a sí misma, de pensar siempre en su bien por encima de todo, por el pecado que era poderoso en el corazón del hombre. El pecado reinaba en el hombre y obligaba al hombre a ser esclavo de sus apetitos, de su concupiscencia; y bastaba un deseo sexual, un deseo de destacarse, que el hombre tenía que ir tras él, no podía vencerlo, ¡era un esclavo! Incluso si no quería hacerlo, incluso si se daba cuenta de que era malo hacer eso, ir con esa mujer o hacer esas cosas, no sé qué sucedía, pero era más poderoso que su voluntad, era esclavo de ese deseo por su concupiscencia. Estaba oprimido, no había sido liberado, no podía controlarlo, la pasión mandaba, la pasión lo controlaba: ¡Qué cosa tan terrible!

¡Otra vez! Le gusta poner de mentiroso a Dios y a cuantos sostienen el libre albedrío del ser humano, lo que prueba que Kiko de católico no tiene nada, ni el barniz de la primera comunión.

Y esto humillaba al hombre, y el hombre no querría que esto sucediera, pero sucede de hecho. Y no querría estar enojado, no querría hacer muchas cosas, no querría robar, tomar drogas, no querría beber sabiendo que si bebe después se pelea o no sé lo que hace... y de hecho es un esclavo, esclavizado por eso. El miedo a la muerte está dentro de nosotros: el hombre tiene miedo a la soledad, miedo a no casarse, miedo a no tener dinero, miedo. El demonio puede provocarlo en nosotros, nuestro ánimo es debilísimo, tenemos un ánimo frágil, débil, que solo un poco es suficiente para que el hombre se busque a sí mismo, huya, escape de la historia o no quiera, y como un niño se esconda bajo manta para dormir y huir de la vida. Escapar, porque hay un león allí que te devora, y tú te metes en el útero y "¡No quiero salir!". No, Cristo rompió la muerte, resucitó de la muerte y venció la muerte.