Mitos del Camino (I)

De un tiempo a esta parte, veo como Dios derriba y reduce a polvo los grandes mitos neocatecumenales que sostenían con ahínco -con mucho, mucho ahínco, porque en el CNC todo se hace por puños- en mi comunidad.

Uno de esos mitos -inhumano y absurdo- que ha imperado durante décadas en la comunidad era el de la felicidad de los parientes de un difundo, consistente en asegurar que el duelo de un cristiano ante la muerte de un ser querido debe ser todo alegría desbordante, acción de gracias y muchas ganas de cantar. Daba lo mismo las circunstancias del fallecimiento, daba igual lo trágica que fuese la historia, el cristiano vive por su fe y su esperanza se crece ante los acontecimientos adversos, de tal guisa que al verdadero cristiano se le puede identificar, aseguraban, porque la muerte de un familiar amado lo llena de gozo, paz y sosiego, mientras que a un religioso de misa de 12 se le caen los lagrimones porque, aseguraban también, su fe infantil se resquebraja ante la muerte y su esperanza se rompe por dentro.

Recuerdo que hace años los responsables de la comu nos contaron un suceso verdaderamente triste: el hijo de unos vecinos, de solo tres años de edad, cayó a la piscina de la urbanización y se ahogó. Este niño era amigo y compañero de clase de una de las hijas de los responsables, así que ellos aprovecharon la desgracia para kikotizar a los hijos con la palabrería de siempre: morir es con mucho lo mejor, llévame al cielo, el día de la muerte es el mejor de todos, el ‘dies natalis’ a la vida eterna y tal y tal.

Debieron ser bastante convincentes, porque el resultado fue que su hija de tres años empezó a pedir en las Laudes dominicales que Dios se la llevase a ella también, como a su amiguito ahogado.

Pues bien, resulta que a principios del mes pasado murió el padre de la respon de la comunidad -siguen siendo los mismos respon por designación dactilar del kikotista-. Y ha tenido que morir su padre para que este matrimonio se dé cuenta de que ante la muerte de un ser querido se experimenta dolor y una tristeza intensa y que se llora porque no hay forma humana de retener la necesidad de llorar. ¿Significa eso que esta hija que hace duelo por su padre no tiene fe, que su esperanza en la vida eterna era falsa, de cartón piedra, como dicen que es la de los religiosos naturales? Ella sabrá, yo no tengo bola de cristal para conocer sus pensamientos.

Lo que sí sé es que su llanto, su no poder contar su experiencia ante la muerte del padre -que pesados son en el CNC requiriendo que aquellos que tienen una experiencia fuerte reciente la compartan con la asamblea, sin consideración a su estado anímico- porque se ahogaba en lágrimas y no podía hilar una frase seguida, es normal. Y que Dios, el de verdad, no se lo va a tener en cuenta como si fuese algo negativo o propio de paganos.

También es llamativo el caso de otra hermana. Su padre, ya muy mayor, tiene una insuficiencia real, diabetes, se le está gangrenando un dedo del pie y no sé cuantos problemas más. El caso es que, teniendo en consideración su edad y sus circunstancias, los médicos que lo tratan llevan casi un año insistiendo en dejar de realizarle diálisis, es decir, dicho en plata, dejarlo morir con el argumento de que su calidad de vida es tan baja que mantenerlo vivo no es ningún favor.

Por supuesto la familia y en especial esta hermana se oponen tajantemente, como si lo de  'morir es con mucho lo mejor' tuviese un sentido para los demás y otro completamente distinto cuando les toca directamente a ellos. Si es para ellos, entonces que 'lo mejor' se espere, que no hay tanta prisa. 

Entendedme: comparto la postura de esta mujer, pero también soy consciente de la mentira que hay en los canturreos y en los mitos kikos.