Los neocatecúmenos y el mal

Un dogma que se aprende en primero de kikolatría es que los catecúmenos son malos, irremediablemente malos, más aún, son peores. Son, según se les dice, los últimos y los peores de todos los seres humanos.

La asunción de este dogma es fundamental para el catecúmeno. Es una de las bases sobre las que los kikotistas –seres que se las dan de catequistas cuando lo único que hacen es repetir como loros los mantras de su gurú- explican la vida a los catecúmenos: Discutes con tu marido, te peleas con tu esposa, no aguantas a tu jefe, no puedes con tus hijos… Normal, porque eres lo “pedor”. Por eso no puedes pasar al otro, por eso el otro te destruye, por eso eres infeliz, por eso queriendo hacer el bien haces el mal.

Es fundamental instilar estos conceptos: tú eres malo y contaminas y estropeas todo lo que tienes y más aún aquellos a quienes dices que quieres, porque también has de asumir la idea de que tú no eres capaz de amar a nadie, quien te diga lo contrario te engaña, tú, que eres lo “pedor”, no amas, sino que usas, utilizas, instrumentalizas, te sirves de los demás.

Por eso, mientras los demás se someten a lo que tú dispones, la cosa es llevadera, pero en cuanto alguno no hace lo que quieres, estalla la guerra fratricida en tu casa. Porque tú, que te creías buenecito porque fuiste monaguillo, en el fondo eres un asesino. ¿No es así? ¿Acaso no es esto lo que os han proclamado y predicado vuestros kikotistas?

En segundo de kikolatría, este dogma se complementa con otro que viene a lograr la cuadratura del círculo: Tú no puedes dejar de ser malo. Asúmelo. Te dijeron que tenías que ser buenecito para que Dios no se entristeciera y tú lo intentaste por puños, pero no te ha servido de nada porque el Cristianismo no es un moralismo. ¿Recuerdas la de veces que tus kikotistas te advirtieron que era inútil que luchases contra el mal porque éste estaba en tu naturaleza, en tu cuerpo de pecado?

Date cuenta que lo que venían a decirte –entre brochazos de kikotina para que te adormecieras y no razonases, que es vicio muy perverso en la kikolatría- es que el libre albedrío no existe, que no es verdad que pecar o no pecar sea una elección personal y libre, puesto que tú no puedes elegir, no puedes dejar de optar por el mal que forma parte de tu naturaleza.

Es evidente que lo anterior no es doctrina cristiana, pero ya se ha dicho que el kikismo no predica a Cristo, sino a un tipo tan humilde que se cree que sabe cantar y componer y pintar y diseñar edificios y… Y lo más gordo de todo, presume de ir repartiendo la salvación por donde pasa y pisa.

El caso es que muchos captados compran la receta expuesta en esta entrada porque les exime de culpa. Primero han comprado que son malos malísimos, después que mientras sigan siendo ellos mismos no pueden dejar de ser malos y que solo el Camino tiene la incubadora de verdaderos hijos de Dios, y lo siguiente es que como es imposible que no sean malos, ¿para qué esforzarse? ¿Os acordáis de la escalera que pintan los kikotistas, la de los siente escalones? Pues eso, hay que bajar hasta el fondo para poder empezar a subir.

Parece una broma, pero es muy serio. Recuerdo a una catecúmena, casada y con unos cuantos hijos que se encaprichó de un compañero de trabajo. Él era más joven, soltero, sin ataduras… Y ella, como buena catecúmena que ha interiorizado los mantras, no podía luchar contra su deseo. Era consciente de que estaba mal, de que dañaba su matrimonio y podía destruirlo, de que también perjudicaba a sus hijos, pero como ella –a diferencia de los ignorantes religiosos de misa de 12- sabía que no era libre para optar por el bien, se regodeaba en el mal.

Ahora bien, hay un tercer dogma de segundo y medio de kikolatría que establece que allí donde tú no puedes, Dios sí puede. Es decir, tú no puedes no obrar el mal y como además el Cristianismo no es un moralismo, déjate de puños y asume que vas a obrar el mal en todo cuanto hagas, hasta que Dios te regale su naturaleza. Porque lo hará si perseveras en el Camino, no lo dudes. Lo hará cuando Él quiera y cómo Él quiera y, sobre todo, lo hará para que obrar el bien siga sin ser un acto libre y voluntario, sino impuesto por tu nueva naturaleza porque, asúmelo de una vez, en la kikolatría el ser humano no es libre, nunca, sino que todas sus obras están condicionadas por su naturaleza, sea la de hombre viejo o la de hombre nuevo.

La esposa y madre mencionada más arriba estaba en segundo y medio de kikolatría. Y, según contó en su testimonio ante la asamblea, ella le pidió a Dios que actuase. Su petición fue muy sincera, algo así como que o Dios actuaba o ella se cargaba su matrimonio porque le era imposible –insisto en la falta de libertad que exculpa a todos los kikólatras- actuar de otra forma.

Resultó que este compañero de trabajo consiguió un cambio de acoplamiento y regresó a su población de origen. Y toda Kikolandia exultó de gozo con el testimonio de esta hermana, porque ese traslado fue un milagro patente que salvó un matrimonio.

Los kikos presumen de cienes y cienes de matrimonios reconstruidos, lo que no dicen es que primero dan a los cónyuges excusas para destruir sin piedad y sin remordimiento lo que tienen y después, una vez aniquilado el matrimonio, proceden a fabricar con los restos otra cosa, algo al servicio de la causa, no al servicio de los esposos, como debería ser.