La "ayuda adecuada"

Lo de la “ayuda adecuada”, es uno de los mantras del CNC que no puede faltar en el escrute de un matrimonio. Lo que se estila es que los kikotistas le hagan la pregunta a él, cuando están escrutando a ella:

«Fulano, ¿es Mengana tu ayuda adecuada?»

A veces, los kikotistas dan más pistas para que Fulano entienda por donde tiene que ir: «¿Te anima a caminar? ¿Te da la lata para que no faltes, para rezar en familia las Laudes con los hijos, o te permite que te escaquees?»

De manera que si Fulano falla con el trípode más que una escopeta de feria, siempre puede acogerse al comodín de que el problema es que la “ayuda adecuada” no se toma en serio su misión.

Una imagen de la creación

Lo resaltable es que para el CNC el papel de la mujer en el matrimonio es ese: el de “ayuda adecuada”, sometida al marido como al Señor y sin metas propias, sino siempre en función del marido, que es en torno al cual ha de girar la existencia de la esposa.

Y lo más chusco es que los kikotistas pretenden que esto es así porque tal ha sido el plan de Dios para los matrimonios, desde la creación y por siempre.

Por supuesto, tal pretensión es falsa. Y en esta entrada se desmonta con hechos concretos, en este caso, con hechos y dichos del mismo Dios.

La Biblia contiene dos relatos de la Creación. El primero de ellos narra la creación del universo día a día. Y respecto al día sexto cuenta lo siguiente:

Dijo Dios: «Produzca la tierra animales vivientes de cada especie: bestias, sierpes y alimañas terrestres de cada especie.» Y así fue.

Hizo Dios las alimañas terrestres de cada especie, y las bestias de cada especie, y toda sierpe del suelo de cada especie: y vio Dios que estaba bien.

Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra.

Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó.

Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.»

Dijo Dios: «Ved que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre la haz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla; para vosotros será de alimento. Y a todo animal terrestre, y a toda ave de los cielos y a toda sierpe de sobre la tierra, animada de vida, toda la hierba verde les doy de alimento.» Y así fue. Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Y atardeció y amaneció: día sexto. (Gn 1, 24-31)

Otra, aquí se nota la mano humana

Es de resaltar que en este relato, que es Palabra de Dios y que por algún motivo “ha querido Dios”, diría un neocatecúmeno, que esté el primero de todos, por delante de cualquier otro relato de la Creación, la semejanza con Dios está en ambos, en el macho y en la hembra, y Dios hace entrega de la tierra a ambos, para que entre ambos la sometan.

Luego está el segundo relato de la Creación, que “ha querido Dios”, que esté después, una vez que el primero deja las cosas claras, para puntualizar algunos detalles.

Así en el segundo relato no se resalta semejanza con Dios por parte de ninguna criatura, sino que se centra en la faceta social del ser humano. Dice el segundo relato:

El día en que hizo Yahveh Dios la tierra y los cielos, no había aún en la tierra arbusto alguno del campo, y ninguna hierba del campo había germinado todavía, pues Yahveh Dios no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre que labrara el suelo. Pero un manantial brotaba de la tierra, y regaba toda la superficie del suelo.

Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente.

Luego plantó Yahveh Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado.

Yahveh Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal.

De Edén salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en cuatro brazos. El uno se llama Pisón: es el que rodea todo el país de Javilá, donde hay oro. El oro de aquel país es fino. Allí se encuentra el bedelio y el ónice. El segundo río se llama Guijón: es el que rodea el país de Kus. El tercer río se llama Tigris: es el que corre al oriente de Asur. Y el cuarto río es el Eufrates.

Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y le dejó en al jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase. Y Dios impuso al hombre este mandamiento: «De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio.»

Dijo luego Yahveh Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada.»

Y Yahveh Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera.

El hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo, mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada.

Entonces Yahveh Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahveh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre.

Entonces éste exclamó: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada.» (Gn 2, 4-23)

Una comunidad canina, creada por Dios

La redacción que se aporta, no precisamente correcta según los exégetas, es la de la Biblia de Jerusalén. Lo cierto es que en ella se hace hincapié en que el hombre es creado antes de que brote nada vivo sobre la haz de la tierra y antes que todos los animales, cambio de orden con el que es posible que se quiera resaltar que la diversidad de especies fue querida por Dios en función del ser humano.

Pero más significativo es que se hace saber que tanto el hombre como los animales, creados después para ser dominados por el hombre, proceden del suelo; en cambio, la mujer, eslabón último de toda la creación, tiene un origen más digno: procede de la carne y del hueso, no del polvo.

Sólo en este segundo relato, que parece querer poner a la mujer como culmen de la Creación, aparece la expresión que tanto gusta en el CNC aplicar a las mujeres casadas. Pero resulta que se trata de una mala traducción.

La traducción correcta, según los exégetas, es la siguiente:

Díjose Yahveh Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda semejante a él.»  Así pues, habiendo formado de la tierra todos los animales del campo y todas las aves del cielo, condújolas ante el hombre (…) El hombre impuso nombres a todos los ganados, a todas las aves del cielo y a todas las bestias salvajes; más para el hombre no encontró ayuda semejante a él. Y Yahveh Dios infundió un sueño letárgico sobre el hombre, quien se durmió; entonces tomole una de las costillas, cerrando su espacio con carne y luego con la costilla que había cogido del hombre fabricó Yahveh Dios una mujer y la llevó al hombre.

Y el hombre la reconoce como semejante a él: «¡Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! A esta se la llamará varona, porque del varón ha sido tomada.»

Estas criaturas de Dios ya han sido tunicados

He resaltado expresamente que la construcción que se utiliza cuando Dios lleva a los animales a la presencia del hombre es sutilmente diferente a la empleada con la mujer, la varona. Los exégetas explican que Dios pone a la mujer frente al hombre, en plano de igualdad, no ante el hombre en plano de vasallaje.

De tal forma que el sentido del pasaje es resaltar que hombres y mujeres están llamados a convivir y apoyarse en plano de igualdad, sin sometimiento. Por más que los kikotistas “prediken” erróneamente otra cosa.

Atrevida y nociva es la ignorancia, en especial si se mezcla con presunción.