Mamotretos varios

miércoles, 29 de junio de 2016

Primer escrutinio (XXIV)



«El hombre tratando de tener vida, de ser amado, se vende a los ídolos; en vez de obedecer, servir, amar a Dios, sirve y obedece a las cosas de la naturaleza, dándoles la categoría de Dios. En esto consiste la idolatría. Se pide a la vida a las cosas».

Hay quien es inducido a pensar que la vida viene de la comunidad. Y cae en la idolatría.
«El trabajo es una buena cosa, tener hijos es una buena cosa, casarse es una buena cosa, todo lo que Dios creó es bueno, pero ahora el hombre intenta instrumentalizar  todas estas cosas para su propio beneficio. Entonces un chico cuando se casa busca la vida. Una chica, la pobre, para ella casarse lo es todo. La vida es casarse y le viene del casamiento. Para otro, la vida, el ser feliz en plenitud, recuperar la dimensión de su ser la buscará en el dinero, porque piensa que en el mundo es muy importante el dinero, porque sólo cuando se tiene dinero la gente te respeta y te ama. Por tanto, procura con todas sus fuerzas hacer mucho dinero y le pide la vida. Ahora entendemos el Evangelio que estamos comentando. ¿Qué es lo que dice Jesús? Mirad, guardaos de toda codicia, porque la vida de uno no está asegurada por los bienes. No porque tú tengas muchas riquezas, podrás alcanzar la vida interior que buscas, no conseguirás la felicidad. La gente cuando se casa le pide a la esposa  la felicidad y después de lo que sufrió durante el período de noviazgo y después de lo que sufrió en el matrimonio no es feliz y continúa insatisfecho. Un muchacho entrando en la escuela de ingenieros pensó que una vez terminada la carrera y convertido en ingeniero, sería totalmente feliz. Bueno, ahora que es ingeniero, pregúntale si es feliz. Otro piensa que con unos cuantos millones solucionaría todos sus problemas: dadme unos cuantos millones y todo irá bien... Dádselos y veremos qué pasa»

Justo en ese sentido va la petición de que se pasen y se llenen bolsas extraoridinaarias para pagar los innecesarios estipendios del CNC.
 
«Recuerdo a un hombre que conocí mientras jugaba al ajedrez. A este hombre le pasó lo que voy a decir: era un cocinero, tenía una freidora que funcionaba bastante mal, pero decidió jugar a la lotería para salir del paso y ganó la cantidad de nueve millones de pesetas. Bueno, este dinero arruinó su vida. Por lo menos, antes vivía con su freidora en compañía de su esposa y tiraba adelante. Con los millones, la mujer se compró pieles y joyas, se enteró media familia del pueblo, que estaba sufriendo hambre y tuvo que distribuir el dinero. Al ver que en poco tiempo había dejado cuatro millones, tomó el resto y cerró  los cordones de la bolsa.
Resultado: perdió a todos sus amigos, rompió con su familia, su esposa se ​​enojó y se separó de él, compró un auto y tuvo un accidente. Un follón. Su vida fue totalmente destruida. Vivía en el terror pensando que sólo le quedaban cinco millones. No sabía qué hacer para conservarlos. Aconsejado  por alguien se metió en un negocio de tapicería con un sinvergüenza que lo engañó. Otros le recomendaban comprar acciones, pero no se atrevía. Y allí estaba, con cinco millones, sin amigos con su dinero bien guardado. Quería llorar. Un hombre que antes se levantaba de buena mañana silbando, hacer panqueques había pasado a la historia. Este hombre nunca volvió a silbar. A él le gustaba un poco jugar al ajedrez, pero sucedió que en el club perdió a todos sus amigos y estuvieron a punto de echarle porque cuando él dio al club un poco de su tesoro, todos dijeron: ¡Que tacaño! Ganó nueve millones y nos regala sólo tres mil pesetas... Él dejó a una persona 20.000 pesetas y él dijo: ¡Desgraciado! Cuenta con nueve millones y me deja sólo 20.000 pesetas. Y así uno tras otro»
  
Además este cocinero y su freidora cascada se suicidaron varias vecces y la hija rubia se tiró por la borda de un ferry. Era importante señalarlo.

«Ahora podemos entender cómo Jesús dice que la vida no se encuentra en los bienes. El problema del hombre, dice Jesús, es que busca la vida en las cosas. Pide a las cosas, idolatra la felicidad que sólo Dios puede dar. Y este es nuestro problema. Este era el problema del hermano que va a Jesús a denunciar a su hermano, y el problema nuestro.
 
Yo te bendigo si me obedeces, hermano
Así que en este catecumenado hay que renunciar a los bienes y a los ídolos: ídolos que son las potencias cósmicas de este mundo»

Lo importante primero: renuncia a todo para dárselo al CNC. Y que quede claro que es imperativo, no volitivo.
 
«Por eso es muy importante el kerygma apostólico que dice: a este Jesús, Dios lo resucitó y lo ha constituido como Señor y Kiryos de todo principado, de toda virtud y de toda dominación. ¿Qué quiere decir esto? Que estamos sujetos bajo los poderes de este mundo, poderes de tipo psicológico. Estamos sometidos a todo tipo de neurosis. También estamos sometidos a una potencia de tipo social a causa del prestigio, porque queremos que los demás nos quieran bien, porque creemos que ahí está la vida, nos pasamos la vida haciendo la vida que los demás quieren que vivamos, pero no la nuestra. Mi madre, durante toda su vida, me decía: pero Francisco José, ¿qué va a decir la gente? por favor, peínate... ¿no te das cuenta de cómo vas? Yo a mi madre la quería mucho, pero la pobre vivió toda su vida obsesionada por agradar a los demás, por el qué dirán, por el prestigio, por perder la estima de los demás».

Eso es lo que pasa en el camino: hay que hacer la vida que reclaman los kikotistas, no la que Dios quiere.
«El hombre está dominado por el pecado, esclavo de su poder. Así que, en el Evangelio, el pecado no es un bien que nos está prohibido y que si lo haces te espera un buen castigo en el infierno. No. No, para Jesús, el hombre que está bajo el pecado es un esclavo. Quien peca es un pobre desgraciado, es una víctima.
Por eso nosotros decimos a la gente: peca, haz lo que quieras. ¿Quieres pecar?Pues bien, peca como quieras, incluso si alguien se escandaliza. Ah, dice la gente, bueno Así que todos a pecar. Y eso está bien. Pecad.
Cuando la gente dice que él cree que el pecado es una cosa buena que Dios ha prohibido. Sólo te digo que cada vez que peca, muere. El pecado es la muerte. Por eso la Iglesia primitiva considera a los hombres muertos en vida. Jesús dijo: Dejad que los muertos entierren a sus muertos. Tú ven y sígueme. Porque uno le dijo: mi padre ha muerto, déjame que primero lo entierre... La ley era muy estricta en este sentido. Y Jesús dijo: Deja que los muertos, refiriéndose a los vivos, entierren a los muertos. Tú ven a anunciar el Reino de Dios.
Es decir, el hombre que peca vive en la muerte. Pero no porque sea malo, porque quiera hacer el mal. Porque esto es religiosidad natural, que cree que la vida es una prueba, que puede pecar o no. No, no, el hombre peca porque no puede hacer otra cosa, porque es esclavo del pecado».

En otras palabras: en el kikismo el libre albedrío y la libertad de los hijos de Dios no existe. Eres esclavo, del pecado y del kikotista. Y en consecuencia, estás en la muerte.
«Pero Dios no permanece indiferente ante esta realidad que tú vives hoy, de esclavitud psicológica, de exclavitud al sexo, que te refugias en el sexo cuando las cosas van mal, que te refugias en comer por la misma razón, que cuando uno no se siente amado por los demás, se da placer a sí mismo, tratando de amarse a sí mismo, o se refugia en su neurosis, porque la vida le es hostil, porque él es esclavo de los poderes sociales.
Porque en definitiva el hombre es esclavo de todos los poderes en su búsqueda de la felicidad. Porque esto es lo que todos buscamos: nuestra felicidad. Y en esta búsqueda de la felicidad, hacemos un montón de compromisos porque somos unos cobardes. ¡Cuántos matrimonios son una porquería, pero no se separan porque son cobardes absolutamente toda su vida! Por la presión social, por lo que sea, nos pasamos la vida haciendo el mal menor».

Doctrina kikiana: por cobardía te comprometes con la comunidad y te sometes al kikotista, al responsable y al garante, y tripodeas y sales a las plazas y preparas y vas de convivencia y peregrinas y echas en las cientos de bolsas que se pasan y...

lunes, 27 de junio de 2016

¿A quien sirven los "kikos"?



Aunque el artículo, cuyo original puede leerse aquí, va de defender la vida, al padre Iraburu le sale una encendida loa de los cristianos de Misa de 12, los que no se hacen notar, los que no reclaman ser el perejil de todas las salsas.
 
El aborto no es actualmente el pecado más grave de la humanidad. Es, desde luego, uno de los mayores crímenes que pueden cometerse contra los seres humanos: matarlos, quitarles la vida. También es gravísimo quitarles la fe, escandalizarlos, ayudarles a pecar, matarlos de hambre, por omisión de las acciones que podrían realizarse para sacarles de su miseria, etc. De todos modos, el aborto es un crimen enorme: matar un ser humano en el propio seno de su madre, cuando, siendo inocente, está indefenso, en un estado de total vulnerabilidad y debilidad. Horrible, espantoso.
 
Pero el pecado más grave del hombre es la infidelidad, no creer en Dios, y aún es peor la apostasía. Cuando al comienzo de la carta a los Romanos describe San Pablo los pecados de la humanidad pagana de su tiempo, dice:
 
«Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante las criaturas. De manera que son inexcusables, por cuanto conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias… Alardeando de sabios se hicieron necios… Por esto los entregó Dios a los deseos de su corazón… pues trocaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar de al Creador, que es bendito por los siglos. Por eso los entregó Dios a las pasiones vergonzosas», etc. Y enumera más de veinte pecados-consecuencias del pecado-principal, la negación de Dios.
 
Siempre la Iglesia ha considerado la infidelidad (no-fe) como el más terrible de los pecados, como aquello que más pervierte al hombre y a la sociedad, como el pecado que más pecados causa y engendra. Santo Tomás de Aquino lo explica así:
 
El pecado es «aversio a Deo et conversio ad creaturas» (STh III, 86,4 ad1m; II-II, 118,5; I-II, 71,6). Aversio en latín tiene más el sentido de apartamiento, separación, que el de aborrecimiento, aunque también puede significarlo. «Todo pecado consiste en la aversión a Dios. Y tanto mayor será un pecado cuanto más separa al hombre de Dios. Ahora bien, la infidelidad es lo que más aleja de Dios… Por tanto, consta claramente que el pecado de infidelidad es el mayor de cuantos pervierten la vida moral» (II-II, 10,3).
 
Y aún más grave pecado es la apostasía, por la que el creyente abandona la fe. La apostasía es la forma extrema y absoluta de la infidelidad (STh 12,1 ad3m). No hay para un cristiano un mal mayor que abandonar la fe católica, apagar la luz y volver a las tinieblas, donde reina el diablo. Así lo entendió la Iglesia desde el principio, como lo afirman San Pedro y San Juan:
 
«Si una vez retirados de las corrupciones del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo se enredan en ellas y se dejan vencer, sus finales se hacen peores que sus principios. Mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia, que después de conocerlo, abandonar los santos preceptos que les fueron dados. En ellos se realiza aquel proverbio verdadero: “se volvió el perro a su vómito, y la cerda, lavada, vuelve a revolcarse en el barro”» (2Pe 2,20-22). De los renegados, herejes y apóstatas, dice San Juan: «muchos se han hecho anticristos… De nosotros han salido, pero no eran de los nuestros» (1Jn 2,18-19). Y lo mismo Santo Tomás: 
 
«“El justo vive de la fe” [Rm 1,17]. Y así, de igual modo que perdida la vida corporal, todos los miembros y partes del hombre pierden su disposición debida [se corrompen], muerta la vida de justicia, que es por la fe, se produce el desorden de todos los miembros. En la boca, que manifiesta el corazón; en seguida en los ojos, en los medios del movimiento; y por último, en la voluntad, que tiende al mal» (II-II, 12,1 ad2m).
 
Una sociedad apóstata es capaz de crímenes mayores que una sociedad pagana. Corruptio optimi pessima. Son muchos los pueblos que, ateniéndose a sus tradiciones y religiones naturales, valoran el culto a sus dioses, el respeto a los padres, la virginidad, la maternidad, la obediencia a las autoridades escolares y cívicas, etc. Son naciones que no han llegado a los extremos de perversidad alcanzada por las naciones apóstatas de antigua filiación cristiana. En éstas pueden darse horrores extremos, como «el derecho al aborto», financiado por los contribuyentes, «el matrimonio homosexual», equiparado al matrimonio, el adiestramiento estatal para la rebeldía y la fornicación, también financiado por los contribuyentes, etc. Una sociedad apóstata es diabólica, es capaz de promover, legalizar y financiar las mayores atrocidades. 
 
El aborto es la muestra más patente de que negando a Dios, el hombre no queda libre, abandonado a sí mismo, sino cautivo del diablo, que es «padre de la mentira y homicida desde el principio» (Jn 8,44). No hablo ahora de quien por debilidad comete un aborto. Trato de quienes lo defienden como un derecho humano irrenunciable, como un progreso en la historia del derecho. Y en ese sentido el aborto es diabólico:
 
–es diabólico el aborto porque es mentira. Hablar del derecho que una mujer madre tiene sobre su propio cuerpo; considerar el feto humano como si fuera un tumor extirpable; poner en duda la identidad humana del niño concebido por padres humanos… todo eso es diabólico. Hay conocimientos científicos sobradamente suficientes para asegurar la identidad genética que se mantiene desde el óvulo fecundado al niño nacido y crecido. No hace falta ser cristiano y tener fe para estar cierto de que el ser concebido en el seno de la mujer es un ser humano viviente. ¿Qué otro ente puede ser, un antropoide? El aborto es mentira, es diabólico. Y todos los filósofos, científicos, escritores y periodistas que callan esta verdad o la niegan están bajo el influjo del Padre de la Mentira.
 
–es diabólico el aborto porque es homicida, es mata-hombres, como el diablo lo es desde el principio, desde Caín matando a Abel, porque es el enemigo del género humano. Y así como Cristo es «el Autor de la vida», como bellamente le llama San Pedro en su primera predicación apostólica (Hch 3,15), el diablo en cambio es el autor del pecado y de la muerte. De Cristo nos viene la verdad y la vida; del diablo, la mentira y el homicidio. Por tanto, el aborto es diabólico.
 
José María Iraburu, sacerdote
Día de los Santos Inocentes mártires 2010

domingo, 26 de junio de 2016

Primer escrutinio (XXIII)



«Dios no creó al hombre para la muerte, aún más, en seguida, preguntará a Adán: ¿quien te enseñó a morir? ¿Cómo te viste desnudo? Porque Dios le dijo que no le había creado para morir. ¿Cómo se puede deducir que el hombre puede morir cuando Dios creó al hombre para vivir con Él para siempre? ¿Quién te ha dicho que te puedes morir? La consecuencia del pecado es la muerte óntica. No es la muerte física. Aquí hay que separar la muerte física de la óntica. La muerte física la tenía ya Adán antes de pecar, pero era algo estupendo, algo natural que no era más que un pasaje a una vida superior, como veía el hombre que sucedía con toda la naturaleza, que el grano muere y deja una nueva vida, que los árboles están sin hojas y brotan hojas nuevas y nuevas flores. Esto se ve en los pueblos más primitivos, menos degenerados, que nunca han considerado la muerte física como muerte para siempre, sino como una transición a la trascendencia total. Así que ellos respetan a los ancianos, porque son los más cercanos a la otra vida. Porque las civilizaciones primitivas que viven en contacto con la naturaleza, reciben de ésta una catequesis: que la muerte física es para una nueva vida, porque en la naturaleza nada muere para siempre, todo muere y resucita, el grano muere y nace una espiga: el día muere y nace de nuevo al día siguiente. Todo en la naturaleza es un proceso de muerte y resurrección. Entonces, ¿quién ha dicho al hombre que muere para siempre? Este es el producto de aceptar la catequesis del maligno y pecar. La muerte es el producto del pecado. Esto no lo digo yo, lo dice la Escritura.
El maligno aprovechándose de la ley nos convence para incurrir en pecado, y con el pecado entramos en la muerte. La muerte, que en el principio era algo maravilloso, ahora es una realidad aterradora. ¿Por qué? ¿Qué hace que la muerte sea la muerte? El pecado. Porque dice S. Pablo: el aguijón de la muerte es el pecado. Al principio la muerte no tenía punición, era inofensiva, ahora con la experiencia del pecado, la muerte es un monstruo que amenaza con devorarnos. Y el poder del pecado, dice Pablo, es la ley.
La ley ha servido al diablo para hacernos pecar, porque nos dijo que la ley es prueba de que Dios no es amor. En el principio, la muerte física era el mejor día de nuestras vidas. Ahora la muerte es un monstruo que nos llena de miedo y pánico. ¿Por qué? No por ella, sino por el pecado que habita en nosotros.
¿En qué consiste la experiencia de la muerte que produce el pecado?
El pecado es lo que nos hizo experimentar la muerte profunda de nuestra existencia. Dios no creó al hombre para la muerte y la muerte no tuvo nada de muerte para Adán, ¿porque ahora el hombre asociada con la muerte el pecado? ¿Quién nos enseñó a asociar muerte y pecado?
¿Por qué cuando hay un terremoto las iglesias se llenan? ¿Quién enseñó a los hombres a hacer esta asociación entre la muerte y el pecado? Muy simple. Las consecuencias del pecado, es el tremendo miedo que causa el pecado en el hombre.
Cuando llega la hora de ir a la comunidad... y te das cuenta de que tienes cosas mucho más interesantes que hacer
Las consecuencias del pecado son muy graves: Dice la escritura, y esto es Palabra de Dios, que abrió por primera vez sus ojos, el hombre se conoce en una nueva dimensión que antes no conocía. El hombre se encuentra en lo que se llama la alteridad, el sentirse extraño frente a sí mismo, extraño ante los demás y extraño ante Dios Esta es una experiencia que todos nosotros hemos tenido cuando hemos pecado: experimentar que somos extraños a nosotros mismos frente a los demás y frente a nosotros mismos. Estabas feliz, tranquilo, contento en casa, pecas y el cielo se oscurece, la cara de la gente hermosa se vuelve más seria, te sientes incómodo frente a ti mismo. La persona se siente manchada interiormente. El hombre se siente extraño a sí mismo, se siente desnudo. En pocas palabras: El hombre HA PERDIDO LA DIMENSIÓN PROFUNDA DE SU SER. El hombre no es sólo materia que vive, el hombre tiene una dimensión mucho más profunda: ¿Qué da al hombre su verdadera dimensión? EL AMOR DE DIOS. Pero si el hombre acepta la catequesis de que Dios no lo ama, el hombre pecando dice que Dios no es amor y pierde la dimensión profunda de su ser, porque niega que Dios es el que lo ha creado, mientras que Dios es el que lo creó; dice que Dios no es amor, que Dios no existe, cuando el hombre vive precisamente porque Dios existe y le ama. Así que si Dios no existe, ¿quién eres, que te creó, de dónde vienes y a dónde vas? El hombre ya no tiene respuestas. Y esto no penséis que sucede a un nivel intelectual tal y como os lo cuento, esto sucede a un nivel mucho más profundo, lo que pasa es que el hombre no se da cuenta porque está alienado y vive fuera de la realidad. Si el que te ha creado es Dios y Dios es amor y tu vives porque Dios te ama y nosotros somos producto del amor de Dios, y precisamente porque Dios nos ama prohíbe ciertas cosas para que no muramos; si tu pecas y dices que Dios no existe, que Dios no te ha creado, que Dios no es amor, que te da la ley para fastidiarte, ¿qué es lo que te pasa? Si matas a Dios en tu corazón, destruyes en el fondo de tu corazón la razón de tu existencia.
Al pecar el hombre dice: Dios no existe, y si no hay Dios, ¿quien soy yo? Soy un muerto, no tiene sentido, es absurdo. El hombre experimenta la muerte, el hombre experimenta el vacío absoluto en su interior. Experimenta la pérdida de la dimensión profunda del ser. El hombre viene a ser como una cara en blanco sin contenido, como si su interior se hubiese ido. Entonces el hombre vive como una máquina: cuando tiene hambre, come; cuando tiene sed, bebe; cuando tiene sueño, duerme; vegeta como una planta. Esto es lo que sucede al hombre interiormente, es terrible: EL HOMBRE FUE CREADO DEL AMOR POR AMOR, SEGÚN EL CUAL LO ESENCIAL PARA EL HOMBRE ES SER AMADO POR DIOS; SI EL HOMBRE, POR EL PECADO, DICE QUE DIOS NO LE AMA, SU ESENCIA QUEDA INTERIORMENTE DESTRUIDA. Yo no soy amado, entonces, ¿quién soy yo? El ser del hombre queda profundamente destruido: esto es la muerte óntica. A partir de este momento, la muerte física es el signo sacramental de la muerte óntica; a partir de este momento, el hombre teme a la muerte. Ahora todo es oscuro. ¿Has visto alguna vez a un perro que se ha quemado? Después tiene miedo a todo. Esto sucede también al hombre: ahora tiene pánico por todo. Al igual que el hombre que ha tenido un accidente siempre tiene un miedo terrible.
El hombre se siente muerto por dentro y tiene miedo de todo. Nos dijo que lo que da vida al hombre es ser amado. Pero al aceptar que la vida no se la da Dios, sino por el contrario, que Dios es celoso, que lo que quiere es acabar con su vida, el hombre desde ese momento busca la vida como un desesperado, tratando de vivir, huyendo de la muerte que ha conocido en su interior, está desnudo, ha conocido el mal, sus ojos han sido abiertos, descubre el mal en su propio cuerpo, se cubre con hojas, tiene miedo de Dios, se oculta de Dios, aparece la palabra miedo, pánico, aparece el egoísmo. Dice la Escritura que Adán culpa a Eva, a Adán no le importa que Dios castigue a Eva, desaparece la solidaridad entre los hombres, aparece el egoísmo, el hombre se quiere salvar por su cuenta porque el miedo atenaza al hombre .
Desde ese momento, el hombre trata de salvarse por sí mismo, con sus propios medios, con la intención de buscar la vida por todas las partes. Pero ¿buscarse la vida qué es? La vida para el hombre es ser amado. Entonces el hombre se vende a los poderes del mundo pidiéndoles la vida. El hombre es un ser que va por el mundo con su mano extendida pidiendo un poco de vida. La palabra vida es lo mismo que ser amado. ¿Qué anhela el hombre? Ser amado. La raíz profunda de todos nuestros conflictos es afectiva, queremos ser amados. Así, San Agustín dice que el corazón del hombre, que fue creado por el amor de Dios, estará siempre insatisfecho con las cosas de este mundo hasta que repose de nuevo en el amor de Dios».